La siguiente descripción se dirige principalmente a las
personas que sufren DEPRESIÓN PSICÓTICA y no a quienes viven momentos
depresivos pasajeros o como reacción a un acontecimiento difícil de aceptar.
Para estos últimos, la descripción de la agorafobia, la angustia o la ansiedad
es más adecuada.
Los principales síntomas de la depresión son la pérdida de
interés y de placer en las actividades habituales, un sentimiento de
desesperación o de abatimiento asociado a la fatiga o a una disminución de
energía, menor capacidad de concentración, indiferencia, desinterés, desánimo,
repliegue sobre sí mismo y rumiación mental. Por lo general, el individuo que
la padece no quiere pedir ayuda; prefiere que los demás sean quienes cambien.
Duerme mal, incluso con la ayuda de somníferos. Habla poco y tiene tendencia a
huir del mundo. Incluso puede tener ideas suicidas. Con frecuencia se confunde
la depresión con el agotamiento. Lee la descripción de agotamiento para
establecer bien la diferencia.
La depresión es el
medio que una persona utiliza para no sentir presión, sobre todo afectiva. No
puede más; ha llegado a su límite. De acuerdo con mis observaciones durante
varios años, la persona con tendencias depresivas tiene conflictos pendientes
de resolver con su progenitor del género contrario. Esto explica que muy a
menudo ataque a su cónyuge, en quien establece la transferencia. Lo que esta
persona hace sentir a su pareja es lo que hubiera querido hacerle a su padre o
a su madre, pero se contuvo. Al rechazar ayuda, la persona depresiva continúa
alimentando su rencor o su ira hacia ese padre o esa madre, y se hunde en su
dolor.
La gravedad del estado depresivo refleja la intensidad con
la que se vivió la herida siendo niño. Las heridas pueden ser las siguientes:
rechazo, abandono, humillación, traición o injusticia Para ocasionar un
desequilibrio mental tan grande como la depresión y la psicosis
maniaco-depresiva, el dolor tuvo que ser vivido en aislamiento. Esta persona no
tuvo con quien hablar en su infancia, alguien que escuchara sus preguntas y sus
angustias. Tampoco aprendió a confiar en los demás, bloqueó sus deseos y se
replegó finalmente sobre sí misma, mientras aumentaba su sentimiento de rencor
o de ira.
En general, la persona depresiva no quiere ayudarse ni pedir
ayuda, por lo que quienes la rodean son los que intentan resolver su problema.
Si eres uno de ellos, te sugiero que seas muy firme con ella y le digas que
nadie en el mundo puede sacarla adelante de manera definitiva, excepto ella
misma.
Lo más importante es que acepte que su estado depresivo le
ocasionó el gran dolor que sufrió su SER en la infancia. Rechaza lo que ES. La
herida más común es el rechazo o el miedo a ser rechazada. Esta persona debe
admitir que aun cuando haya sido rechazada en la niñez, ello no quiere decir
necesariamente que su padre o su madre no la quisieran. El padre que rechaza a
su hijo seguramente fue rechazado cuando era niño y todavía se rechaza a sí
mismo. Sentir compasión por ese padre y perdonarlo es el inicio del camino hacia
la cura.
Después, la etapa más importante es perdonarse a sí mismo
por haber querido tanto a ese padre. A continuación, lo único que resta es
expresarle a ese padre lo que sintió sin ninguna acusación de por medio. Es muy
humano albergar rencor o ira cuando se es niño y se sufre intensamente en el
aislamiento. Por otro lado, sugiero que esta persona tome la decisión de
reconocer su propio valor. Si le resulta difícil, puede pedir a quienes les
conocen bien que le digan lo que ven en ella.
Por otro lado, si la persona depresiva tiene ideas suicidas,
sucede que alguna cosa en ella quiere morir para poder dejar lugar a lo nuevo.
Confunde la parte de ella que quiere morir con ella misma.
La depresión implica una profunda tristeza
interior, una acumulación de emociones inhibidas provocando un conflicto entre
el cuerpo y la mente. Esta enfermedad está conectada con un suceso señalado de
mi vida. La depresión se traduce por desvalorización y culpabilidad que me
corroen por dentro. Si soy depresivo, me siento miserable, menos que nada. Vivo
en el pasado constantemente y tengo dificultad en salir de él. El presente y el
porvenir no existen. Es importante efectuar un cambio ahora en mi modo de ver
las cosas porque ya no es como antes. La depresión frecuentemente es una etapa
decisiva en mi vida (por ejemplo: la adolescencia) porque me obliga a volver a
cuestionarme. Quiero a toda costa tener una vida diferente. Estoy trastornado
entre mis ideales (mis sueños) y lo real (lo que sucede), entre lo que soy y lo
que quiero ser. Es un desequilibrio interior (quizás químico y hormonal) y mi
individualidad es irreconocible. Me siento limitado en mi espacio y voy
perdiendo despacio el sabor de vivir, la esencia de mi existencia. Me siento
inútil. En otras palabras, la depresión tiene en su origen una situación que
vivo frente a mi territorio, es decir lo que pertenece a mi espacio vital, sean
personas (mis padres, mis hijos, mis amigos, etc.) animales (mi perro, mis
peces, etc.) o cosas (mi trabajo, mi casa, mis muebles, etc.). El conflicto que
vivo puede estar vinculado a un elemento de mi territorio que tengo miedo de
perder: a una pelea que tiene lugar en mi territorio y que me molesta (por
ejemplo: las peleas entre hermanos y hermanas). He aquí expresiones que revelan
cómo me puedo sentir: “¡Me ahogas!”, “¡Me chupas el aire!”; “¡Aire!”. A veces
también, ciento dificultades en delimitar o marcar mi espacio, mi territorio:
¿Qué es lo que me pertenece en exclusividad y qué es lo que pertenece a los
demás? Las personas depresivas frecuentemente son permeables a su entorno.
Siento todo lo que sucede alrededor de mí y esto incrementa mi sensibilidad, de
aquí un sentimiento de limitación y la impresión de estar invadido por mi
entorno. Así, abandono porque encuentro la carga demasiado pesada, ya no tengo
el gusto de vivir y me siento culpable de ser lo que soy. Incluso puedo tener
tendencia a la auto – destrucción. También puedo tener “necesidad de atención”
para ayudarme a valorizarme; la depresión se vuelve en este momento, un medio
inconsciente para “manipular” mi entorno. La risa ya no forma parte de mi vida.
Poco importa la razón, compruebo ya ahora la causa o las causas subyacentes a
mi estado depresivo. ¿Viví yo una presión de joven? ¿Cuáles son los
acontecimientos señalados vividos en mi infancia que hacen que mi vida parezca
tan insignificante? ¿Es la pérdida de un ser amado, mi razón de vivir o la
dirección de mi vida que ya no consigo ver? Huir la realidad y mis
responsabilidades no sirve de nada (por ejemplo: suicidio) por más que esto
parezca ser el camino más fácil. Es importante constatar las responsabilidades
de mi vida porque necesitaré otra cosa que antidepresivos para hacer
desaparecer la depresión: debo ir a la causa. A partir de ahora, comprendo que
soy un ser único. Tengo valores interiores excepcionales. Puedo retomar el
control de mí – mismo y de mi vida. Tengo elección de “soltar” o de “luchar”.
Tengo todo lo necesario para cambiar mi destino. Responsabilizándole, adquiero
más libertad y mis esfuerzos están recompensados
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